Mirar hacia otro lado.
La historia va a contar que está pasando en Gaza. También va a contar que miramos hacia otro lado. Las futuras generaciones no serán indulgentes. Y no deberían serlo. Nos juzgarán con dureza.
8/11/20252 min read
Esta mañana me levanté antes que el sol y salí a correr. La panadería apenas abría y el aire olía a calma. Volví a casa, puse la cafetera, acaricié a mi gato y pensé que sería un buen día. Hasta que abrí el teléfono y Gaza se metió en mi cocina.
En la pantalla, una madre sostenía contra el pecho un bulto envuelto en manta. Ya no lloraba, pero todavía olía a leche. Había polvo, gritos, piedras… y una piedra con un zapato rojo aplastado contra ella, con la forma de un pie pequeño adentro.
Sigo deslizando. Cinco mil ochocientos niños tan frágiles que un soplo de viento podría quebrarlos; el 95% de las casas sin agua; más de cincuenta mil niños muertos o heridos. Cierro la aplicación, abro la cámara, fotografío la espuma del café. Miro hacia otro lado, como si girar la cabeza borrara el olor a sangre que puede transmitir una imagen, el eco de las sirenas o el frío de un cuerpo que hace unas horas respiraba.
Vuelvo a hacer scroll. Sirvo de comer a los gatos mientras, al otro lado del mar, una niña acaricia el hueco donde dormía su madre. Reviso mi agenda mientras, allá, un padre busca entre escombros un zapato rojo. Y lo sabía. Sabía que estaba ocurriendo, y aun así pasé al siguiente titular, al siguiente correo, al siguiente pendiente.
No es que no vea. Es que aparto la vista. Me escondo bajo un silencio que creo mío, pero que en realidad es la misma manta que cubre sus cuerpos.
Me pregunto qué quedará escrito sobre nosotros, los que estábamos informados. Qué dirá el futuro cuando sepa que teníamos fotos, videos y cifras cada día. Que Gaza estaba a unas horas de avión. Que teníamos las mismas veinticuatro horas y las usamos para cualquier cosa menos mirar de frente que el genocidio se transmitía en directo y nosotros cambiábamos de ventana. Que el hambre se medía en huesos y nosotros en likes.
Bebo el último sorbo de café. El gato se acomoda en mis piernas. Allá, alguien pierde todo en menos de un minuto. Y yo sigo aquí, mirando hacia otro lado, y hacia otro lado, y hacia otro lado, hasta que el cuello me duela. Hasta que la culpa se acostumbre. Hasta que un día deje de mirar del todo. Y ese día, quizás, sea el más peligroso: porque ya ni siquiera sabré que estoy mirando hacia otro lado.
La historia va a contar que está pasando en Gaza. También va a contar que miramos hacia otro lado. Las futuras generaciones no serán indulgentes. Y no deberían serlo. Nos juzgarán con dureza. Y con razón.